Es una expresión muy típica en México,
que emplean para referirse a algo muy bueno o que “mola
mucho”; pero yo la adopto en otro sentido, porque duro,
muy duro ha sido para mí el Rallye de México...
Duro, como a continuación relataré, en todos los
sentidos, empezando por el viaje, siguiendo por los reconocimientos,
pasando por los tramos en sí, y terminando con nuestra
experiencia en carrera, en un intenso día en el que pasó
de todo.
El
viaje ya fue un presagio de lo que nos esperaba: 22 horas desde
que salí de mi casa en Gijón hasta que llegué
a la habitación del hotel en León, con tres vuelos
diferentes, incluido un interminable Madrid – México
DC de 12 horas de duración. Y tras esta paliza, a la
que hay que sumar el famoso “jet lag” o desfase
horario (7 horas menos en León), tras un solo día
de “adaptación al medio” comenzamos los reconocimientos
por unos tramos que poco tenían que ver con lo que nos
esperábamos. Nos habían hablado de tramos rápidos,
anchos, con buen piso... tramos, en definitiva, para disfrutar;
pero lo único que coincidía en lo que nos encontramos
era lo de rápidos, ya que precisamente anchos no eran,
y lo del “buen piso” queda comprobado que no es
sinónimo del Rallye de México al observar que
tan solo 25 coches terminaron de los 56 que tomamos la salida.
En algunos tramos se sucedían auténticos badenes
rompe-coches, que obligaban a frenar casi en seco en zonas rápidas,
a pesar de lo cual los coches sufrían y se rompían.
Y también destacaban las rocas que escoltaban el trazado,
así como el terreno duro y la infinidad de piedras que
componían el piso, gracias a lo cual pinchamos tres veces
durante los reconocimientos.
El
Rallye de México estrenaba formato en el Mundial, al
hacer coincidir la segunda jornada de reconocimientos con las
verificaciones técnicas, el Shake Down y la Salida Ceremonial,
todo ello el Jueves, con lo que todos los equipos pasábamos
algún que otro apuro para llegar a tiempo a todos los
eventos y para organizar el día. En la mañana
de este fatídico día nos llegó la noticia
del desgraciado suceso ocurrido en Madrid, recibiendo informaciones
a lo largo de la jornada sobre el verdadero alcance del atentado;
esto afectó enormemente a nuestro estado de ánimo
y al de toda la expedición española en general,
decidiendo por unanimidad, y a propuesta de Amán Barfull
(Director Deportivo del RACC), llevar todos brazalete negro
y crespón negro en el coche. Lo cierto es que el pueblo
mexicano en general, muy amable y abierto en esta zona del país,
nos transmitió durante todo el fin de semana sus muestras
de afecto y su sentido pésame por lo ocurrido en España;
desde aquí mi agradecimiento.
En
lo puramente deportivo, lo cierto es que el Shake Down salió
realmente bien; aunque sólo pudimos dar 4 pasadas al
tramo, probamos diferentes soluciones de suspensiones, mejorándolas
para el terreno, y quedamos muy satisfechos con el rendimiento
del motor, que había perdido menos potencia de la que
esperábamos debido a la altitud. Después nos dirigimos
a Guanajuato, donde se celebró una Salida Ceremonial
realmente espectacular, con dos podiums incluidos, uno de ellos
giratorio en el que girábamos 360 grados, un montaje
realmente espectacular, con las bellísimas azafatas de
todos los patrocinadores y colaboradores del Rallye a lo largo
de decenas de metros, y con un público realmente entusiasta
y numerosísimo, que llenaba gradas y animaba a todos
los participantes (aunque merece mención aparte el furor
despertado por el local Triviño...)
EL
RALLYE (o lo que duró...)
El
enlace hacia el primer tramo ya nos presagiaba nada bueno, ya
que detectamos un problema con el acelerador, que continuaba
dando gas después de soltar el acelerador. Y esto, con
trescientos caballos transmitidos a las cuatro ruedas, no es
muy agradable ni fácil de controlar, pero afortunadamente
pude repararlo con un remedio tan casero como efectivo antes
de tomar la salida en el primer tramo. Éste era uno de
los dos únicos tramos realmente bonitos del Rallye, muy
bonito, a lo largo de un valle verde, en el que se podía
disfrutar corriendo (tan sólo tenía un badén...).
Llevábamos ya más de dos tercios de los 29 kms
de “Ortega”, cuando el motor comenzó a fallar,
parándose por completo unos 400 metros después.
Bajamos inmediatamente del coche, sustituyendo la bomba de gasolina
como primera medida, pero el coche seguía sin arrancar;
comenzamos a comprobar todo lo que estaba a nuestro alcance,
instalación eléctrica, relés, fusibles,
manguitos, pero nada parecía estar mal y el coche seguía
sin arrancar. Cuando nos pasó Pons comprendí que
ya llevábamos más de 8 minutos perdidos; estábamos
a punto de darnos por vencidos, pero tiré de la puesta
en marcha un par de veces más y... ¡ARRANCÓ!
No habíamos tocado nada nuevo, pero, cosas de la mecánica,
electrónica o meigas viajeras, aquello volvía
a funcionar. Terminamos el tramo con el motor fallando tremendamente,
pasamos por el refuelling para cargar gasolina, y llegamos a
la salida del segundo tramo.
“Santana”;
éste era el otro para disfrutar corriendo, ancho, rápido
y bonito. Pero el coche volvió a fastidiarnos la fiesta,
parándose 500 metros después de tomar la salida.
Arrancó a los 30 segundos, falló durante unos
kilómetros, y después, poco a poco, se fue quitando
el fallo, pudiendo hacer más de la mitad de sus 22´60
kms sin problemas. Cuando llegamos a la asistencia nuestro ánimo
estaba por los suelos: acabábamos de empezar y ya habíamos
regalado más de 11 minutos en los dos tramos más
bonitos del Rallye. Una sensación mezcla de rabia e impotencia
recorría mis entrañas. El equipo de Calm Competició
sustituyó todo lo que de una u otra forma puede afectar
al suministro de gasolina al motor (tanto elementos eléctricos,
como mecánicos, como filtros, manguitos...), y partimos
hacia los siguientes tramos con el misterioso problema aparentemente
solucionado.
El
tercer tramo, “Ibarrilla-Zauco” (27´30 kms.),
marcaba la pauta de lo que iba a ser el resto del Rallye: duro,
rocoso, con badenes..., un tramo para trabajar y cuidar la mecánica.
Con los once minutos en la mochila, el tramo nos lo tomamos
con calma, asegurando en las zonas más rotas y sin arriesgar
lo más mínimo. Terminamos el tramo sin problemas,
pero la procesión seguía por dentro...
Y
por fin llegamos al fatídico cuarto tramo, que no era
sinó una repetición del primero. Era la última
oportunidad para correr uno de los tramos bonitos, así
que comenzamos a un ritmo alegre con el que estaba por fin disfrutando.
A los 10 kms. comenzó a llover, y fue pasando a auténtico
diluvio, lo que formaba una fina capa de lodo tremendamente
resbaladizo, incluso más que el hielo de Suecia. En tales
condiciones, salimos de una curva en tercera derrapando excesivamente
de atrás, y la rueda trasera derecha golpeó una
piedra en el exterior. Inmediatamente pensé en los posibles
daños: quizá rueda pinchada, quizá defensa
abollada, quizá llanta rota... Pero pronto pude comprobar
que el daño había sido mucho mayor de lo que pudimos
imaginar: el coche tenía problemas para avanzar y se
comportaba de modo extraño, así que rápidamente
hice una evaluación que resultó ser exacta: brazo
de suspensión roto y palier salido. Nada más,
y nada menos. Terminamos el tramo a duras penas, ya que el diferencial
central activo o “inteligente” deja de serlo tanto
cuando un palier se rompe o se sale, haciendo que el coche avance
o se pare indistintamente.
¡Y
tras la meta llegó el calvario! En el refuelling estaba
Josep Calm y “Motorín”, mi mecánico
de confianza, que nos orientaron para volver a meter el palier
en el sitio y hacer un invento para que no se saliera. Pero
la primera parte del enlace era tremendamente largo y duro:
25 kms. de tierra, seguido de 10 kilómetros de calzada
romana o “pavés”. Siete veces tuvimos que
parar a volver a meter el palier y re-colocar el invento, levantando
el coche, quitando y poniendo la rueda, apretando cinchas y
cuerdas... Entre diez minutos y un cuarto de hora cada parada,
sumaba demasiado tiempo que se iba acumulando. En los últimos
40 kms., de autopista y ciudad, no volvió a salirse el
palier, pero nos habíamos dejado un auténtico
saco de minutos en las reparaciones, con lo que llegamos 28
minutos más tarde de nuestra hora. La exclusión
era prácticamente segura, pero aún nos quedaba
la esperanza de que se anulara el control por cualquier motivo,
por lo que el equipo trabajó a fondo para volver a dejar
el coche listo para el segundo día. Pero el control no
se anuló...
Teníamos
dos días por delante, así que los aprovechamos
para volver a pasar por los tramos con el coche de entrenamientos
para repasar las notas, fuimos a ver a nuestros rivales pasar
alguna zona, e hicimos un poco de turismo. De todo ello habría
un sinfín de cosas que contar, pero el espacio es limitado
y en algún punto he de terminar mi relato.
Como
habréis podido ver, “Duro, muy duro” es el
resumen perfecto para mi paso por el Rallye de México.
Pero de todo se aprende, incluso en esta carrera hemos podido
acumular una importantísima experiencia. Espero poder
contar experiencias más alegres y positivas del Rallye
de Nueva Zelanda, próxima cita del Mundial.